PENSAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA COMO MIEMBROS DE LA IGLESIA
Las sucesivas
disposiciones que se están adoptando desde la Conferencia Episcopal y las
Diócesis españolas, en sintonía con las autoridades sanitarias, están generando
todo tipo de reacciones dentro de la comunidad eclesial. La Diócesis de Getafe,
yendo más allá de lo dispuesto de forma general por el Gobierno de la Nación,
ha decretado el cierre temporal de lugares de culto, templos parroquiales,
iglesias y capillas. Muchos sacerdotes, religiosos y fieles laicos, sobre todo
de las zonas de la diócesis más afectadas por la pandemia, han reaccionado con
alivio y agradecimiento. Otros, viendo el problema desde una relativa
distancia, han reaccionado manifestando su profundo desacuerdo. Quienes han
reaccionado así argumentan invocando el ejemplo de otras diócesis donde las
disposiciones adoptadas, respetando las medidas del Estado de alerta, quieren
garantizar ante todo las celebraciones de la Eucaristía y los templos abiertos.
No es necesario detenerse mucho para advertir la confusión que genera este tipo
de reacciones entre los que nos miran desde dentro y desde fuera de la Iglesia.
Es evidente que las medidas que se están adoptando en cada diócesis dependen de
la percepción que se tiene en cada lugar del problema. No deberíamos olvidar
que en la Diócesis de Getafe se encuentra uno de los municipios (Valdemoro)
donde el contagio se está produciendo con más agresividad. Si atendemos a lo
que ya ha sucedido en Italia, no es difícil adivinar que, en virtud de la
fuerza de los hechos, todas las diócesis acabarán asumiendo las medidas extraordinarias
más exigentes, como las adoptadas por nuestra diócesis de Getafe. ¿Significará
esto que habremos reaccionado con la actitud mediocre de quien aprecia más la
salud corporal que el bien espiritual del pueblo fiel? Una enseñanza
luminosa de san Pablo VI: el valor de la “misa privada”
En una situación como esta puede resultar muy iluminador recuperar las
enseñanzas sobre la Eucaristía de un Papa Santo, como Pablo VI, quien en su
Encíclica Mysterium fidei (3.9.1965), publicada tres meses antes de la
clausura del Concilio Vaticano II, salía al paso de algunos motivos de
preocupación en torno al misterio eucarístico, entre los cuales enumeraba el valor de las llamadas
“misas privadas”, es decir, aquellas misas que celebra el sacerdote solo, sin
presencia de pueblo fiel. Algunos autores, haciendo una lectura
meramente sociológica de la categoría “pueblo de Dios”, recuperada por el
Concilio desde su rica comprensión bíblica y patrística, difundían la idea de
que la misa sin fieles carece de sentido. «No se puede -afirmaba el Papa-
exaltar tanto la misa llamada comunitaria, que se quite importancia a la misa
privada» (MF 2). Y más adelante añadía la razón de esta importancia: «Porque toda misa, aunque sea celebrada
privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de
la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma
como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e
infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz» (MF 4). El sacerdote, en efecto, en virtud del sacramento del Orden ha sido
configurado con Cristo, único Mediador, Sumo y Eterno Sacerdote, de tal manera
que no es él quien celebra, sino Cristo mismo en él. El sacerdote actúa “en la
persona de Cristo Cabeza” (in persona Christi Capitis). En la celebración del
Santo Sacrificio de la Misa el sacerdote no hace sino actualizar (“hacer
memorial”) el único Sacrificio de Cristo. A la luz de estas enseñanzas conviene, pues,
recibir las disposiciones emanadas en la Diócesis de Getafe y en otras
diócesis, aclarando lo que se ha hecho: ¡no se han suprimido las Misas! Cerrar
los templos no significa haber dejado a los fieles sin los frutos infinitos del
Sacrificio Redentor de Cristo que se actualiza en el altar. El cierre de los templos no responde a falta
de fe o de visión sobrenatural, sino que es una reacción desde la fe que se
quiere hacer operativa por la caridad (cf. Gál 5, 6). Seamos honestos:
¿disponemos en nuestras parroquias y templos de los medios personales y
materiales para lograr las condiciones de no aglomeración y de higiene que
alejen el peligro de contagio? Si banalizamos estas medidas y crece el número
de infectados ¿podremos garantizar que nuestros sacerdotes puedan seguir
llevando el consuelo de los sacramentos a los más enfermos y moribundos, y
acompañar a las familias que entierran a sus difuntos? En estos momentos debemos vivir nuestra
comunión con Cristo sabiéndonos miembros de la Iglesia. El “ayuno eucarístico” temporal de unos es
necesario para garantizar la comunión sacramental de otros. No olvidemos que
estamos viviendo con toda la Iglesia el tiempo de gracia que llamamos Cuaresma.
Tengamos la audacia de vivir esta situación de pandemia como oportunidad
preciosa que nos regala el Señor en el camino de conversión. Que el ayuno eucarístico de estos días nos
ayude a sentir como propio el sufrimiento de quienes se ven privados de la
Eucaristía por falta de sacerdotes. Hecho que ya está sucediendo en muchos
pueblos y aldeas de la España vaciada, además de muchas comunidades en tierras
de primera evangelización. Que el ayuno eucarístico de
estos días nos ayude a valorar aún más el bien infinito de la participación en
la Santa Misa de modo que pidamos al Señor el don de una verdadera “conversión eucarística”,
que nos permita centrar nuestra vida en la Eucaristía, “fuente y culmen de la
vida cristiana” (LG 11). Pidamos al Señor en este tiempo la gracia de
prepararnos cada día mejor al encuentro con Cristo en la Eucaristía. Que el ayuno eucarístico de estos días nos
ayude a vencer la mentalidad individualista con la que tantas veces recibimos
los sacramentos. Los sacramentos, y de forma muy especial la Eucaristía, son
siempre dones inmerecidos, no son bienes “de uso particular”. Los
sacramentos han sido confiados por Cristo a su Iglesia y como miembros de la
Iglesia, es decir, con corazón eclesialmente ensanchado, debemos acercarnos a
recibirlos. Fundamentar la vida personal en la gracia que se nos regala en los
sacramentos no significa que podamos participar o disponer de ellos
aisladamente. Que el ayuno eucarístico
de estos días despierte en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo
ahí donde nos ha asegurado también su presencia: “Jesús en medio” entre los
miembros de la familia; Jesús en mi prójimo, especialmente en el más
necesitado. Recuperemos las palabras sabias de san Juan Pablo II al convocar el
Año de la Eucaristía: «No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en
particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos
discípulos de Cristo (cf. Jn 13, 35; Mt 25, 31-46). En base a este criterio se
comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas».
2. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes (Jl 2,
17)
Como todos los años, comenzábamos la Cuaresma hace apenas tres semanas
escuchando el miércoles de ceniza las palabras de la profecía de Joel: entre el
atrio y el altar lloren los sacerdotes (Jl 2, 17). ¡Qué oportunas son estas
palabras cuando celebramos la Eucaristía sin presencia de fieles! Queridos hermanos sacerdotes: algunos de
vosotros habéis comentado que resulta muy duro celebrar la Eucaristía a solas,
con las puertas de vuestras iglesias cerradas. ¡No sintáis vergüenza al regar
con vuestras lágrimas el altar! ¡Llorad, sí, llorad por vuestros fieles, llorad
con ellos, y presentad vuestras lágrimas al Señor! «No puedes ser padre si no lloras -decía san Juan
Crisóstomo-. Yo quiero ser padre misericordioso». Vivid este tiempo, hermanos sacerdotes, como
oportunidad preciosa para volver sobre el centro de la vocación a la que un día
el Buen Pastor os llamó. San Gregorio Magno señalaba bien ese centro cuando
resumía la singularidad de la vida sacerdotal en estas hermosas palabras: «(el sacerdote) por dentro medita los
secretos escondidos de Dios; por fuera lleva la pesada carga de sus hermanos» .
Reforzad en estos días el diálogo interior con Cristo Buen Pastor para que
podáis cargar sobre vuestros hombros a cada uno de los fieles que Cristo mismo
os ha confiado. Recordad, una vez más, que, al subir al altar para celebrar la
Santa Misa, nunca vais solos, aunque no os acompañen los fieles. Recordad que
al celebrar la Eucaristía privadamente el Señor está derramando gracias
abundantes para vosotros, para la Iglesia y para el mundo, gracias que no
vendrán si abandonamos la celebración eucarística. Así lo recordaba, una
vez más, san Pablo VI: «De donde se sigue que, si bien a la celebración de la
misa conviene en gran manera, por su misma naturaleza, que un gran número de
fieles tome parte activa en ella, no hay que desaprobar, sino antes bien
aprobar, la misa celebrada privadamente (…) porque de esta misa se deriva gran
abundancia de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del
pueblo fiel y de toda la Iglesia, y aun de todo el mundo: gracias que no se
obtienen en igual abundancia con la sola comunión» (MF 4). Queridos fieles:
¡rezad especialmente en estos días por vuestros sacerdotes! Sabéis que en
nuestra Diócesis varios de ellos ya han dado positivo al test del Covid-19.
Algunos, más graves, están hospitalizados. Y es previsible que en los próximos
días vayan apareciendo nuevos casos. Los templos no se han cerrado para dar
vacaciones al clero o para protegerlo del contagio. Nuestros sacerdotes,
algunos de forma heroica, están reforzando los equipos de capellanes de los
hospitales, están celebrando las exequias de nuestros difuntos, están visitando
a los enfermos más graves para llevarles el auxilio de la Confesión y de la
Comunión, y están ofreciendo, con gran creatividad, propuestas de oración y
formación a través de las redes sociales y medios de comunicación. Los
sacerdotes que están hospitalizados nos están regalando el testimonio admirable
de vivir la postración de la enfermedad como ofrenda por el bien espiritual de
sus fieles. ¡Están haciendo de sus camas hospitalarias verdaderos altares donde
se unen a Cristo, Sacerdote y Víctima!
Oremos, ahora más que nunca, por nuestros sacerdotes,
pongámoslos bajo la protección de San José, custodio del Redentor, para que no
desfallezcan en estos momentos, y sean, siempre y en todo, sacerdotes de Cristo.
Si entendemos que
cerrar los templos no significa privar a los fieles del fruto de la Eucaristía,
aprenderemos a valorar otras formas verdaderas de encuentro con el Señor, como
la llamada comunión espiritual. Es importante advertir que el desarrollo de la
enseñanza de la Iglesia sobre esta forma de comunión se ha producido en la Edad
Media, en tiempos de gravísimas epidemias, al hilo de las controversias
eucarísticas provocadas por quienes negaban la presencia real de Cristo en la
Eucaristía. Guillermo de Saint-Thierry
(+1148), el gran monje benedictino que al final de su vida abrazó la reforma
del Císter atraído por la santidad de san Bernardo, dirigiéndose a los monjes
cartujos de la joven abadía de Monte Dei, consciente de que no siempre podían
recibir la Sagrada Comunión, les recuerda que la gracia del sacramento se puede
recibir, aunque materialmente no se pueda comulgar:
El sacramento de esta
santa y venerable conmemoración sólo es dado celebrarlo a unos pocos hombres
según el modo, lugar y tiempo especiales; mas la gracia del sacramento está
siempre disponible y pueden actuarla, tocarla y recibirla para la propia
salvación, con la reverencia que se merece, en la forma en que ha sido
transmitida y en todo tiempo y lugar al que se extiende el señorío de Dios,
aquellos de los que se ha dicho: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio
real, una nación santa, un pueblo elegido para anunciar las alabanzas de aquel
que os sacó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2, 9) (…) Si la quieres y
la deseas con toda sinceridad, tienes esta gracia disponible en tu celda a
todas las horas, tanto de día como de noche. Cuantas veces te unes fiel y
piadosamente a este acto en memoria del que padeció por ti, otras tantas comes
su cuerpo y bebes su sangre; y siempre que permaneces unido a Él por el amor, y
Él a ti en acción de santidad y de justicia, formas parte de su cuerpo y de sus
miembros.
La gracia del sacramento es la unión a Cristo
por el amor, que lleva a ser parte viva de su cuerpo que es la Iglesia. Esta
gracia se regala a quien la quiere y desea con sinceridad, aunque no se pueda
participar en el sacramento, si con dignidad y reverencia se descansa en el
recuerdo de Quien padeció por ti. No extraña que un siglo después, santo Tomás
de Aquino, el Doctor eximio de la Eucaristía, llegue a afirmar de la comunión
espiritual: «Es tal la eficacia de su poder que con sólo su deseo recibimos la
gracia, con la que nos vivificamos espiritualmente». Para despertar el deseo y unirnos con la
memoria del corazón a Quien por amor a nosotros se queda en el Sacramento del
Altar, podemos emplear alguna de las oraciones que la tradición cristiana nos
ha transmitido:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo
ardientemente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo
sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si
estuvieras conmigo os abrazo y me uno con vos. Quédate conmigo y no permitas
que me separe de ti.
Repitamos, con palabras de un teólogo del
siglo pasado, la enseñanza esperanzadora de la Iglesia Católica: «La “comunión espiritual” es con
toda verdad una comunicación personal con Cristo. Produce la gracia sacramental
de la Eucaristía de manera no sacramental».
Conclusión: «Seguid
todos al obispo, como Jesucristo al Padre»
En los próximos días se cumplirá el segundo
aniversario de la Exhortación apostólica Gaudete et exultate del papa Francisco
sobre la llamada a la santidad en el mundo actual (19.3.2018). Como sabemos, en
el segundo capítulo el Papa desenmascara “dos sutiles enemigos de la santidad”.
Para describir estos enemigos menciona dos errores doctrinales del pasado que
hoy reaparecen en algunas actitudes: el “gnosticismo actual” y el “pelagianismo
actual”. ¿No hay acaso destellos de un neo-monofisismo en quienes, para primar
la salud espiritual de los fieles, minusvaloran la salud corporal? ¿Se equivoca
acaso la Iglesia cuando nos pide orar por los enfermos? ¿Acaso pedimos que les
llegue pronto la muerte para que entren en la bienaventuranza eterna? Evitemos este otro “enemigo sutil” de la santidad
que lleva a considerar la postura propia la más auténtica por gozar -así se
pretende- de una “visión sobrenatural”, mientras se critica la postura que
busca la salud espiritual de los fieles evitando poner en peligro su salud
corporal, hasta donde prudencialmente es posible. Dejémonos también iluminar en
esto por la recta fe de la Iglesia. Contemplemos el misterio admirable de la
encarnación y no enfrentemos la naturaleza humana a la divina, la naturaleza a
la gracia, la salud del cuerpo a la del alma, pues sabemos que «hay un sólo
Médico, carnal y espiritual, creado e increado, que en la carne llegó a ser
Dios, en la muerte, vida verdadera, (nacido) de María y de Dios, primero
pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor». En una situación como la actual se percibe aún con más claridad la
necesidad de mantenernos unidos. Evitemos todo lo que quiebra la comunión.
Superemos el discurso tramposo que enfrenta a “los que tienen fe” con “los que
tienen miedo”. No caigamos en la tentación del individualismo, buscando
“soluciones” por cuenta propia. Necesitamos caminar juntos. Renovemos la
oración por nuestro Obispo. Pidamos al Señor que lo colme con su luz y lo
robustezca con su gracia para que en sus decisiones reconozcamos el báculo
firme y las entrañas misericordiosas del Buen Pastor. Y quienes tenemos la
dicha inmensa de pertenecer a la Diócesis de Getafe acojamos las palabras de un
obispo mártir del siglo I, san Ignacio de Antioquía, como palabras dirigidas a
nosotros en el momento presente: «Seguid todos al obispo, como Jesucristo al
Padre».
Que la Reina de los
Ángeles, protectora y patrona de nuestra diócesis, nos alcance de su Hijo el
consuelo de una comunión renovada, la salud de los enfermos y la protección de
nuestro pueblo. ¡Nada sin María! ¡Todo con Ella!
Getafe, 17 de
marzo de 2020
+ José Rico Pavés Obispo Auxiliar de Getafe
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